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La confirmación de una hipótesis

Valores

Hasta la fecha uno había pensado que el logro de una mayor longevidad era resultado de los avances alcanzados por la humanidad. Así al menos lo hemos enseñado en la escuela al tratar de los avances tecnológicos, científicos y sociales experimentados durante el siglo XX. Actualmente en España la esperanza de vida si sitúa en torno a los 80 años, algo mayor en las mujeres, y el Instituto Nacional de Estadística prevé que en 2050 unos cuatro millones de personas serán octogenarias, y tres de cada diez estarán por encima de los 65 años, o sea, en edad de cobrar una pensión —si es que no la retrasan más—. Pronto el número de defunciones será mayor que el de nacimientos. La ONU pronostica que dentro de 40 años seremos el país más envejecido del mundo.

Esto no hay economía que lo soporte. Por eso, ahora el Fondo Monetario Internacional (FMI), el mismo que aconseja inyectar dinero público para rescatar a la banca, que presiona para subir el IVA en España o que aplaude las duras medidas tomadas por el gobierno, nos saca de la supina ignorancia desvelando que ese incremento de la longevidad no es algo bueno como creíamos, sino un riesgo, un inconveniente, algo negativo, un peligro. Nos dan una colleja a ver si nos enteramos de que tanto avance científico está provocando que haya un montón de ancianos improductivos. Envidia debemos sentir de algunos países africanos donde una persona puede darse con un canto en los dientes si llega a los 40 años.

Así pues, como eso de vivir más se ha convertido en un serio problema económico, los gobernantes del mundo desarrollado tienen por delante la dura tarea de tomar medidas para evitar ese riesgo. Pero reconozcamos que tenemos en España algunos alumnos aventajados que ya se han dado cuenta —¡astutos y astutas!— de dónde están las soluciones. Veamos: si llegar a los 80 años constituye un problema, si el éxito del sistema sanitario deriva en el fracaso del sistema económico, lo mejor es retrasar la edad de jubilación y bajar las pensiones, cerrar plantas en los hospitales, reducir el personal sanitario, interrumpir el derecho al uso de ambulancias o retrasar todo lo posible el tratamiento de enfermedades. También han observado que los médicos y científicos son demasiado buenos, con lo que habrá que restringir el acceso a determinadas carreras universitarias y abrir la puerta para que se vayan al extranjero. De paso habrá que cerrar el grifo a la investigación, no vaya a ser que sigan logrando más avances. Y ya que estamos, habrá que ir tocando los niveles inferiores de la enseñanza: con los vientos que corren no es necesaria la calidad, y menos en la escuela pública.

Al final va a tener razón Susan George, quien en su Informe Lugano propone una alarmante hipótesis para combatir la superpoblación mundial, especialmente en los países pobres, dejando de lado cualquier atisbo de ética banal que pueda perjudicar al mercado: nada de repartir la riqueza mundial ni los alimentos, aunque haya de sobra, nada de extender los beneficios de la asistencia sanitaria, nada de invertir en investigación para conseguir vacunas y medicinas más baratas, nada de mejorar la educación de esos ignorantes, que no se enteren de lo que pasa, y, de vez en cuando, una guerra, para ir soltando lastre. "La prueba es que seguimos considerando éticamente correcto que personas analfabetas, sin posibilidad de encontrar empleo, superfluas y degeneradas sigan proliferando y propagándose a placer", se dice en el Informe.

Queda un solo consuelo: quien vaticina los riesgos que supone una mayor longevidad, el FMI, es la institución encargada, entre otras cosas, de evitar las crisis económicas mundiales, y visto el éxito que ha tenido últimamente, cabe pensar que no acierten en sus últimas previsiones. Lo que parece claro es que la miríada de técnicos y asesores del FMI son una pandilla de inútiles que deberían engrosar las listas del paro, sin derecho a subsidio, claro.