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La elección más verde
Parece que ya lo estamos asumiendo. La comida basura, Halloween, black Friday —black fraude lo llaman algunos—, Papá Noel o el árbol de Navidad se van turnando para desplazar a la comida mediterránea, las rebajas de enero, los Reyes Magos o el belén. En estas líneas nos centramos en el rutilante árbol de Navidad y, como cada año, debemos elegir entre salir al monte y cortar el que mejor queda en el salón o conformarnos con ir a la tienda y adquirir uno de plástico que nos pueda valer para otro año. Pero ¿cuál es la mejor opción? ¿Qué conviene más al medio ambiente? Un interesante debate cuajado de ideas a menudo equivocadas.
Árbol Navidad, ¿natural o artificial? (Fuente: elpais.com)
Por ejemplo, eso de ir a por un árbol natural siempre es malo para el entorno, ¿verdad? Pues no. Al menos si lo conseguimos en una explotación silvícola o en un vivero. Allí se cultivan como los tomates o los geranios, y esto hará que nos sintamos mejor. Un árbol de metro y medio o dos tarda poco menos de diez años en crecer, y una vez que se corta, el propietario de la explotación generalmente siembra al menos uno en su lugar —aunque sea por conservar su negocio—. Los árboles proporcionan muchos beneficios al medio ambiente a medida que crecen, limpian el aire y proporcionan cuencas hidrográficas y hábitats para la vida silvestre. Crecen mejor en colinas onduladas que a menudo no son adecuadas para otros cultivos y, por supuesto, son biodegradables. De modo que semejante explotación constituye un beneficio para el entorno, además de mantener viva la economía local y evitar que los terrenos ocupados sirvan para construir urbanizaciones o campos de golf.
Explotación (Fuente: reciclajesavi.es)
Concedamos, sin embargo, que tal actividad comercial cuenta con un serio inconveniente en nuestro entorno: prácticamente no existe. Además, el bolsillo y el clima hacen de las suyas para que prefiramos un árbol de plástico. Al fin y al cabo, solo se compra una vez en pocos años, y cuando terminen las vacaciones lo podemos guardar en aquel rincón olvidado del trastero. Ya, pero para que esta opción sea mejor hay que esperar a que el plástico sea reciclable con el fin de frenar la producción de residuos. Total, declaremos la guerra a los plásticos de un solo uso.
Alguien podría cuestionar los beneficios del árbol natural: “Bien, pero cuando termine la fiesta ¿qué hago con el árbol que compré?”. También hay solución para esto. Conviene asegurarse de que el árbol que adquirimos sea capaz de adaptarse bien a nuestro clima y nuestro suelo, porque después de las celebraciones podemos cogerlo y plantarlo en alguna ladera deforestada cerca de casa, o incluso en el jardín. De nada sirve comprar un abeto si en nuestros montes no hay abetos. Incluso comprando un pino no tendremos la completa seguridad de que vaya a aclimatarse bien, ya que puede tratarse de un pino criado en clima húmedo o sobre suelo no calizo, por ejemplo. Además, en el peor de los casos siempre podremos reutilizarlo como combustible o como alimento para los animales.
Otro argumento para el debate: entonces, reutilizar un árbol de plástico reduce su impacto ambiental, ¿no? Sí. De hecho, la inmensa mayoría de ellos son artificiales, y es posible que su impacto ambiental sea menor que el de un árbol natural si se utiliza el artificial durante cinco años o más. Claro, esto es lo que afirman los fabricantes, pero habría que tener en cuenta las emisiones de gases de efecto invernadero, el consumo de agua o el uso de energía que supone la fabricación y el transporte de árboles. Además, ¿qué hay del efecto sobre la vida silvestre y los suministros de agua locales? ¿Y del beneficio de preservar las tierras de cultivo y los empleos? Si estamos interesados en apoyar la economía local y mantener el plástico fuera de los vertederos, no cabe la menor duda. El destino de un árbol natural expresado en el párrafo anterior constituye un serio contrapeso a la supuesta ventaja de los artificiales. Aunque, ejerciendo como abogado del diablo, tampoco debe descartarse el impacto sobre el entorno causado por el transporte de árboles naturales a los puntos de venta.
A pesar de todo, los defensores del árbol natural insisten: el árbol más verde es el que se compra en el entorno más cercano y se recicla. Es cierto, y de ello están convencidos quienes compran productos naturales cada día. Hacerse con un árbol natural es una experiencia no comparable con el hecho de abrir cada año una caja llena de polvo para extraer una burda imitación de plástico. El árbol natural, por tanto, es la mejor opción siempre que se adquiera en el medio próximo para evitar el transporte a larga distancia y se devuelva a un lugar donde tenga fácil su aclimatación o se reutilice de forma sostenible. Esto será bueno para prevenir la erosión y favorecer la vida silvestre.
Puede que el árbol natural sea solo una gota en el vaso que combate el consumismo galopante que nos atenaza, pero no deja de ser una enorme gota. Mirar más allá de un símbolo navideño importado es una forma de ver la fiesta de una manera verdaderamente ambiental. Porque no hay peor opción que una mala opción. Y si el debate entre el árbol natural y el artificial no termina de convencernos, siempre podemos recuperar el clásico belén, eso sí, evitando el uso de musgo natural.