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Lecciones en tiempo de crisis
El pasado 11 de marzo el Director General de la Organización Mundial de la Salud (OMS) convocó una rueda de prensa sobre el COVID-19. Ante la multiplicación de contagios y fallecimientos en todo el mundo por el coronavirus, dijo que la OMS estaba llevando a cabo “una evaluación permanente de este brote y estamos profundamente preocupados tanto por los alarmantes niveles de propagación y gravedad, como por los espantosos niveles de inacción”. Mucho tiene que ver esta declaración con lo que andamos viviendo a cuenta de la crisis climática, pues los esfuerzos mundiales para frenar el calentamiento global ofrecen una advertencia para el impulso por frenar la actual pandemia.
Cierto es que ambos, crisis climática y pandemia, exigen una acción agresiva temprana para minimizar la pérdida, entender lo que realmente nos jugamos y lo que podemos perder al no actuar con la suficiente celeridad y cordura, o al no tener acierto en las medidas adoptadas. Realizando un breve ejercicio de memoria, recordaremos que durante años han estado los científicos instando a los líderes mundiales a que doblen la curva de las emisiones de calentamiento del planeta. En cambio, las emisiones han subido. Ahora ya estamos sintiendo las consecuencias: inundaciones de proporciones casi bíblicas, desoladores incendios, sequías de récord, persistentes periodos de calor… Y el coronavirus parece viajar a velocidad de fórmula 1 comparado con el clima. ¿Por qué no nos hemos tomado en serio los riesgos climáticos? La política y la psicología juegan un papel importante.
El cambio es difícil cuando hay una industria poderosa que lo bloquea. La industria de los combustibles fósiles ha llevado la negación de la ciencia climática a la conciencia pública. Ha presionado contra políticas que podrían frenar las emisiones de gases que calientan el planeta. Y ha tenido éxito: Estados Unidos, el mayor emisor de gases de efecto invernadero de la historia, es el único país del mundo que se ha retirado del acuerdo de París, diseñado para evitar los efectos más catastróficos del cambio climático. Y el último (mal) ejemplo que nos ha dado tuvo lugar hace unos días por exigir una vacuna contra el coronavirus en un momento en que había despojado de fondos al país para la investigación científica y cuestionado repetidamente los fundamentos de la ciencia. No se puede insultar a la ciencia cuando no nos gusta y luego insistir de repente en algo que la ciencia no puede dar a la carta.
Luego está la psicología humana. Al igual que con el cambio climático, nuestra capacidad colectiva para enfrentar la pandemia está determinada por nuestros cerebros. No se nos da bien pensar en el mañana. Cuidamos el aquí y el ahora. Preferimos el “ya veremos” y, con cierta frecuencia, el “qué hay de lo mío”, a veces dejando de lado la solidaridad. Esto hace que la ciencia del clima, que se ocupa de las probabilidades futuras, sea difícil de procesar por nosotros y, en consecuencia, que no temamos los efectos de la inacción o de la lentitud. Aun cuando el futuro no parece estar tan lejos. Los investigadores dicen que el Ártico estará libre de hielo en verano dentro de 20 años, mientras que la selva amazónica podría convertirse en una sabana en 50 años.
Aquí también hay lecciones para nuestra capacidad de enfrentar el virus. Precisamente porque somos malos como individuos al pensar en el mañana, economistas y psicólogos dicen que es aún más importante que los líderes promulguen políticas que nos permitan protegernos contra riesgos futuros. Las decisiones pueden ser costosas ahora, pero brindan enormes beneficios en un futuro no muy lejano. Recordemos la cantidad de veces que los científicos han repetido que las emisiones globales deben reducirse a la mitad durante la próxima década para evitar que las temperaturas promedio suban a menos de 1,5°C respecto de los niveles preindustriales. Si no se hace, es probable que surjan catástrofes ya en 2040, incluida la inundación de las costas, el agravamiento de los incendios forestales y las sequías. Tales advertencias, sin embargo, no provocan los cambios deseados en política. No se trata de algo tan sencillo como toser en nuestros codos. En lugar de eso, las ventas de vehículos utilitarios deportivos se disparan y el Amazonas se quema para que se pueda producir más soja y ganado. Sin embargo, los peligros para la vida humana ya se están sintiendo. El cambio climático guarda estrecha relación con sequías paralizantes, y las olas de calor en Europa occidental el verano pasado provocaron cientos de muertes.
Los científicos creen que para 2100 el cambio climático matará aproximadamente a tantas personas como el cáncer o las enfermedades infecciosas en la actualidad. Al igual que con las olas de calor europeas, los más vulnerables de la sociedad serán los más afectados. Los pobres, como siempre, soportan una parte desproporcionadamente alta de los riesgos de mortalidad global del cambio climático. Pero aquí está la gran incógnita: ¿el esfuerzo por reanimar la economía mundial después de la pandemia acelerará las emisiones de gases que calientan el planeta en lugar de evitar el cambio climático? Eso depende de si las grandes economías del mundo, como China y Estados Unidos, aprovechan este momento para promulgar políticas de crecimiento verde o preferirán continuar apuntalando las industrias de combustibles fósiles.
Este sería un año crucial para los objetivos climáticos mundiales, con presidentes y primeros ministros bajo presión, para ser más ambiciosos acerca de frenar las emisiones de gases de efecto invernadero cuando se reúnan para las conversaciones climáticas dirigidas por las Naciones Unidas en Glasgow en noviembre. El Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, ya ha empezado a anunciar objetivos más ambiciosos y a poner fin a lo que llamó “subsidios enormes y derrochadores de combustibles fósiles”.
Las crisis climática y sanitaria tienen un cierto déficit de confianza. Necesitamos demostrar que la cooperación y los esfuerzos individuales son la mejor forma de obtener resultados significativos.