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Memoria frágil

Valores

Unos días después de la tragedia de las pateras —una más, y no será la última—, apenas queda rastro de la noticia en los medios de comunicación. Alguien que no crea en la eficacia de los “días de…” tendrá que reconocer sin reparo que son más necesarios con el tiempo. El 17 de octubre, sin ir más lejos, se celebraba el Día Mundial para la Erradicación de la Pobreza, y con lo ocurrido y la que está cayendo parece oportuno su recuerdo para despertar la sensibilidad de todos.

La cifra de personas que viven en la pobreza más absoluta crece sin freno acercándose irremediablemente al 30% de la población mundial. Y casi la mitad de la humanidad no dispone de dos dólares al día. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), se encarga de recordarnos que “la pobreza no se define exclusivamente en términos económicos (…) también significa malnutrición, reducción de la esperanza de vida, falta de acceso a agua potable y condiciones de salubridad, enfermedades, analfabetismo, imposibilidad de acceder a la escuela, a la cultura, a la asistencia sanitaria, al crédito o a ciertos bienes”.

Hace unos años, no muchos, podíamos decir que parte del planeta asistía a un espectacular crecimiento económico. Es decir, estábamos ante una pobreza que coexistía con una riqueza en aumento. Ahora podemos constatar que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Hasta el punto de que huyen de su pobreza porque entienden que la nuestra es mejor. Vivimos un tiempo en que la insensibilidad es proporcional al crecimiento de la pobreza, sobre todo si se trata de negros que prefieren hundirse en el mar antes que hundirse en su propia miseria. Esa tragedia es parcialmente mitigada por el esfuerzo de personas y asociaciones que nunca desdeñan la condición de humanos que nos debería calificar a todos. No vale decir que somos insensibles por desconocimiento, porque si no nos enteramos, es porque no queremos, y si nos enteramos, optamos por no mirar —ya se sabe, ojos que no ven…—.

Nos equivocamos si pensamos que este asunto tiene poco que ver con la educación y el medio ambiente. La educación puede hacer mucho para difuminar la insensibilidad que parece envolvernos y convertirla en solidaridad, a pesar de que ahora se quieran cargar una asignatura en la que tendrían perfecta cabida problemas como el de la pobreza, cargados de contenidos en irreprochable sintonía con la humanidad que estamos olvidando. Las protestas que se extienden por todo el mundo contra la injusticia de las medidas sociales y económicas que se están tomando, más allá de las diferentes opciones partidistas, tienen mucho que ver con la solidaridad y la empatía que se derivan del sufrimiento ajeno. Escuela y familias pueden trabajar en la vía de evitar el embrutecimiento mental sin necesidad de asignaturas, de forma transversal, como se hacía antes, sin echar tierra sobre el hecho de que las víctimas del olvido forman parte de nuestro entorno, son nuestro medio ambiente, junto a otros animales, las plantas, el aire, el agua… Es un trabajo para poner remedio a una de las peores enfermedades que nos acosan, la desmemoria.