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Palabra del año 2020

Valores

 

Tanto estamos oyendo hablar de esta expresión, que tal vez se mereciera ser designada como la palabra del año 2020. Emergencia climática. Desde luego, se trata de una nueva manera de referirnos al clima, especialmente si lo definimos como una situación en la que se requieren medidas urgentes para reducir o detener el cambio climático y evitar el daño ambiental potencialmente irreversible que resulta de él. No es que lo digan los lingüistas, es que ya lo vienen advirtiendo los científicos, que no hace mucho firmaron una declaración en este sentido.

A muchos nos gustaría que el creciente uso de la expresión “emergencia climática” fuera directamente proporcional a la sensibilización de todos sobre la gravedad de sus consecuencias, sobre su inmediatez y urgencia. Asociar “clima” con “emergencia” está siendo más común de lo deseado y esperado, más que las expresiones “cambio climático” y “calentamiento global”, aunque no puede decirse que estas queden marginadas o deban olvidarse. Pero “emergencia climática” refleja mejor el consenso científico acerca del conjunto de consecuencias que pueden ser una catástrofe para la humanidad. Este par de vocablos apenas era pronunciado en 2018, aunque sí se hablaba de emergencia sanitaria, emergencia económica, estado de emergencia… Cabría preguntarse sobre el resultado de una posible declaración institucional —de un ayuntamiento, una comunidad autónoma, del Estado— acerca de la emergencia climática que nos acosa, con la que nos acosamos a nosotros mismos, habida cuenta del negacionismo de algunos. Afortunadamente somos mayoría quienes ya sabemos ver lo que se nos viene encima, si no actuamos a tiempo.

 

 

La expresión “emergencia climática” está formada por dos términos, pero están funcionando como una unidad, igual que otras ya incorporadas al acervo popular: ataque cardíaco, buque insignia, diversidad biológica, evolución de especies o noticias falsas. Elegir “emergencia climática” como palabra del año serviría para reflejar el espíritu, el estado de ánimo o las preocupaciones de una población —que acaso debiera ser más numerosa— consciente de la gravedad de un problema como el del clima, y debería tener un potencial duradero como término de importancia cultural. La emergencia climática ha superado a otros tipos de emergencias para convertirse en la emergencia más escrita y mencionada con gran diferencia sobre el uso de palabras como “salud” o “tóxico”, por ejemplo. La ciencia es clara: es ahora o nunca para evitar una catástrofe. El calentamiento global desastroso pronto se volverá irreversible, pero, a pesar de la inacción de los políticos, millones están saliendo a la calle para combatir la fiebre del planeta.

 

 

Es inevitable y peligroso retrasar el progreso en cualquier tema importante. Si un país ignora las necesidades de atención médica de muchos de sus ciudadanos, esas personas enfermarán, se declararán en bancarrota, morirán. El daño será muy real, pero no debería impedir hacer lo correcto en años venideros con respecto a la atención médica. Sin embargo, la crisis climática no funciona así. Si no lo resolvemos pronto, nunca lo resolveremos, porque pasaremos una serie de puntos de inflexión irreversibles, y claramente ahora nos estamos acercando a esos plazos. Lo advierten los científicos. Se nota porque hay la mitad de hielo en el Ártico, y porque los bosques se incendian con una regularidad desgarradora, y porque vivimos inundaciones y diluvios de récord, y porque las sequías son desgarradoras. Pero los plazos no son solo impresionantes, están enraizados en la ciencia más reciente.

Después de los acuerdos climáticos de París en 2015, por ejemplo, muchos investigadores establecieron 2020 como la fecha en que las emisiones de carbono tendrían que alcanzar su punto máximo si tuviéramos alguna posibilidad de cumplir con los objetivos del acuerdo. Aquí hay un problema con las matemáticas: incluso si llegamos a su punto máximo en 2020, será necesario reducir las emisiones a cero dentro de 20 años, y esa es una pendiente empinada y escarpada. Pero si esperamos más allá de 2020, no es una pendiente, es solo un acantilado y nos caemos. Lo adelantó en 2017 la ex jefa del clima de la ONU, Christiana Figueres, cuando lanzó la Misión 2020: “Todos tienen derecho a prosperar, y si las emisiones no comienzan a disminuir rápidamente para 2020, las personas más vulnerables del mundo sufrirán aún más por los devastadores impactos de cambio climático”.

Se puede decir de otra manera: el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) anunció el otoño pasado que, si no hemos logrado una transformación fundamental de los sistemas de energía del planeta para 2030, nuestra posibilidad de cumplir con los objetivos de la Conferencia de París es escasa. Y cualquiera que haya tenido algo que ver con los gobiernos lo sabe: si quiere que se haga algo grande para 2030, es mejor que no espere demasiado. De hecho, es posible que ya sea tarde: las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero aumentaron el año pasado y, teniendo a gente como Trump, Bolsonaro y Putin, es difícil imaginar que no veamos lo mismo el próximo año. Deprimente.

 

 

Bien pensado, se trata solo de tres países, poderosos, sí, pero no tanto como la población mundial. Tal vez habría que presionar a nuestro verdadero gobierno global, no el que tiene su sede en Washington, sino en Wall Street y en las bolsas de todo el mundo. El año pasado, los bancos aumentaron sus ya asombrosos préstamos a la industria de combustibles fósiles; si eso continúa, no hay posibilidad de dar la vuelta a tiempo.

Es difícil encontrar algo de optimismo en estas líneas, pero quizá podríamos quedarnos con las grandes huelgas climáticas del pasado mes de septiembre, que fueron la mayor manifestación de activismo climático de la historia, con 7 millones de personas en la calle. Y abril de 2020 marca el 50º aniversario del Día de la Tierra: podría ser un día para una afirmación aún más masiva. El planeta se comporta como un gigantesco organismo que está teniendo una fiebre horrible, y los anticuerpos, todos esos manifestantes —nosotros, si queremos— finalmente están funcionando. Es una carrera, y estamos detrás, y es mejor que empecemos a ponernos al día ahora. ¿No son razones suficientes para que la expresión “emergencia climática” sea la palabra del año?