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Víctimas del cambio climático
Conviene recordarlo: nos encontramos en el Año Internacional de la Energía Sostenible para todos, que es como decir el Año de la Energía Renovable. Y no lo olvidemos: cualquier momento es bueno para no perder de vista que vivimos marcados por un calentamiento global sin precedentes (por su origen). Los que entienden nos dicen que para 2050 sufrirán malnutrición por el cambio climático unos 25 millones de niños. Nos recuerdan que este problema se resolvería fácilmente invirtiendo unos 4.800 millones de euros al año en agricultura y formación de los trabajadores del campo en los países pobres. Cabe preguntarse, por tanto, si tan fácil resulta, ¿por qué no se hace? ¿Acaso no interesa? Y si es así, ¿a quién? ¿Por qué?
La cuestión es que se sostiene desde hace tiempo que quienes van a sufrir las consecuencias de esta lamentable sinrazón serán las gentes que malviven en los países por desarrollar, no los que vivimos por encima de nuestras posibilidades en los ya desarrollados. Pues bien, tal vez habría que replantearse esta idea. A mí me cuesta horrores imaginar que el futuro que espera a los primeros les haga sufrir más de lo que ya están sufriendo. Tan desesperados están de lo que no tienen que lo buscan aun a riesgo de perder lo único que les queda, su propia vida, a lomos de embarcaciones a veces de juguete. Realmente, tienen poco que perder.
Sin embargo, nosotros arriesgamos mucho, empezando por unas cotas de bienestar insultantes a las que hemos accedido gracias a un estilo de vida despilfarrador, inmoral, insolidario... No, la verdad es que el mundo no está en peligro, como se suele decir, es nuestro estilo de vida, el del mundo rico, claro, el que corre peligro. Y eso es lo que ciertamente nos asusta y preocupa de la degradación ambiental. Tenemos mucho que perder a causa de lo mucho que hemos ganado durante los dos últimos siglos de desarrollo mal entendido, siglos en los que hemos confundido el crecimiento insostenible con el desarrollo.
La cosecha (Pieter Brueghel el Viejo, 1565)
Mientras tanto, debo dejar constancia de algo que he oído en la radio: España ha llegado a un punto en que importa la mitad de los alimentos que consume. La cosa no sería grave si no supiéramos que podríamos producir sin problemas todos los alimentos que consumimos, pero parece que preferimos pagar para que otros lo hagan, sin preocuparnos de las condiciones en que lo hacen.
En efecto, tenemos tanto que perder que deberíamos esforzarnos por ganar la vergüenza que hace mucho no tenemos. Demos, pues, una oportunidad a nuestro padre Sol, a nuestra madre Agua y a nuestro hermano Viento.